jueves, 19 de junio de 2008

La llamada

Para Albertito… mi chimpiliquín…

Se levantó sobresaltada y corrió sonámbula hacia el teléfono que ya repicaba por tercera vez.

Las manos le temblaban y sentía que la respiración le faltaba. El corazón latiendo descontroladamente parecía querer salírsele por la boca, pero era retenido en la garganta donde se hacía una sola masa junto con la saliva, formaba una pelota que no podía ser escupida ni tragada nuevamente.

Esa llamada no era para nada bueno…, pensó. En el mejor de los casos sería del hospital donde trabajaba en la temible y triste sala de emergencias de un hospital público.

Pero por qué la llamaban a esa hora ? Ese día no le tocaba turno sino a otra enfermera amiga de ella y aunque ésta faltara tendrían que buscar a otra, pero a ella no la podían llamar luego de trabajar durante 36 horas consecutivas y encontrarse muerta de rendimiento y de sueño.

Pero en el peor de los casos ¿ sería alguna mala noticia de su familia ?

¿ Una mala noticia de su anciana madre que se encontraba enferma ?

¿ O de su marido, que fuera del país, luchaba por mandar dinero para la manutención de los hijos ?

En el lapso que el teléfono repicaba por cuarta vez pensó mil cosas.

Temblorosa y casi sin querer hacerlo, de su garganta surgió una débil voz

- Aló !

La voz de un hombre, al parecer en estado de ebriedad contestó tosca y autoritariamente:

- Alóooo ! Comuníqueme con Carmen Saballo !

¿ Carmen Saballo ? ¡ Llamada equivocada ! Empuñó ambas manos con rabia, sintió ganas de tirar el teléfono contra el suelo. No para quebrarlo, sino como si haciendo esto podría golpear al imbécil que la llamaba equivocadamente.

Pensó decirle unas cuantas groserías, pero se contuvo…

Respiró profundamente y fingiendo una voz suave contestó:

- No señor, Carmen no se encuentra, salió desde temprano.

La voz del borracho contestó en tono duro:

- ¿ Y con quién salió esta desgraciada ? ¿ A qué hora se fue ?

Comprendió que aquel bruto la confundía. De todos modos, ya estaba levantada y sintió ganas de burlarse de aquel desconocido por hacerla que se levantara asustada:

- Ella salió con un amigo que se la llevó en una moto.

Se hizo un breve silencio, tras de lo cual el borracho replicó con voz casi ininteligible:

- Otra vez me quiere tener de cabrón esta maldita !

Comprendió que la broma se podía alargar, y el borracho ocupaba palabras hirientes. Puso fin a la conversación cortando la llamada y para evitar de nuevo otro susto desconectó el teléfono y se fue a dormir.


*******

Al día siguiente, ya descansada, en su puesto de trabajo, no recordaba la mala pasada de la noche anterior.

Una ambulancia bajó una camilla en donde yacía una pobre mujer mal muerta llena de golpes, moretones, escoriaciones y cardenales en todo el cuerpo.

Una vieja la acompañaba.

Cuando ingresaron a la mujer y cuando la vieja que la acompañaba pudo hablar, dio los datos de la misma: se llamaba Carmen Saballo.


Alberto R. Aburto Jarquín
31-07-2003

La Transacción

A Allisson Paola, por supuesto.


Pues se realizó la transacción. Por muy inhumana que fuese o pareciese, se realizó con toda la seriedad del caso. Total, una transacción de esas no se hacía todos los días, aunque a como está la situación quien sabe…

La vendedora recibió su paga completa. Lo que ella había pedido. No se le pidió rebaja, no hubo regateo y hasta parecía que el precio convenido se pagaba con gusto: Treinta billetes de a cien pesos. ¡ Tres mil córdobas netos !

La comercianta jamás había hecho un tamaño negocio. En toda su vida no habría obtenido tan fabulosa ganancia. Y quizás nunca haría otro negocio igual, aunque ya hecho el primero, quien sabe… y ahora vislumbraba ya la oportunidad de hacer otro igual o hasta mejor el año próximo… ojalá…

En tantos años de duro bregar, desde las 7 de la mañana hasta las 8 de la noche recibiendo todo el sol del verano y las lluvias del invierno, el polvo de las calles, y el humo de los carros, la sed, el hambre, y el cansancio y la fatiga y el pavimento que quema los pies rajados, medio protegidos por las chinelas de gancho de esponja, chancomidas y rateadas con alambre, las malas contestaciones y los rostros amargados, los malos gestos, las miradas odiosas… pidiendo un peso de semáforo en semáforo, corriendo hacia los carros que se paran, a cantar siempre la misma frase, como disco rayado… jamás había logrado recoger más que para un mísero sustento. Y ahora en sus manos temblorosas llevaba, atados a un pañuelillo sucio los treinta billetes de a cien pesos! ¡ Un capital !

Como el negocio era especial, la vendedora solemnemente hizo la promesa total de guardar silencio sepulcral de por vida. Si hablaba estaba perdida. Lo único que poseía le sería confiscado: La libertad.

La transacción se había consumado en una calle casi vacía lejos del semáforo donde la vendedora ‘exhibía’ la mercancía, para en nombre de ésta, para su alimentación, pedir un peso a cada carro que se detuviese invocando el nombre santísimo del Ser Supremo.

El hombre de la mujer, con la resaca de todos los días, con los ojos vidriosos como de perro rabioso, escupiendo grueso y alaste como miel de tigüilote, esperaba en la champa de plástico negro y latas, desesperadamente el regreso de la mujer. Más bien, para ser honesto, esperaba la venida de los tres mil pesos. Una fortuna jamás soñada. Eso significaba muchas noches felices, bebiendo todo el licor que quisiera con su mujer y hasta comiendo tres veces al día. Y hasta ya se pensaba dejar de ir al semáforo a pedir por unos cuatro o cinco días, mientras se disfrutaba de los reales, producto de vender la mercancía.

Esta última fue entregada sin remordimientos, sin miramientos, sin pesar. La alegría de los tres mil pesos se conjugaba con la idea que la mercancía, en el fondo, ya no generaba más utilidad, pues últimamente ya no se podía explotar mucho su aspecto.
Además, estaba desnutrida y raquítica. No quería caminar. Costaba ya cargarla, pues ya rendía el brazo y lloraba mucho por comida, se meaba con frecuencia y mucho vivía con cagadera. Total, tal vez le iría mejor con sus nuevos dueños, y hasta podía obtener nuevos alimentos. También había otro aspecto importante: una nueva mercancía estaba por venir y ya la anterior no sería tan echada de menos.

Y esta nueva mercancía, al ser tierna, despertaba más lástima y se le podía sacar más beneficio. Entre trapitos blancos, llorando de hambre, abrazada por el sol, podría rendir más utilidades. Lograba ablandar más facilmente los corazones, por muy duros que estuviesen. Su humanidad indefensa, débil, frágil, sumada con la invocación del Santo Nombre resultaría más útil. ¡ Lograría conmover hasta a los taxistas y a los choferes de ruta inclusive !

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Casi dos meses después de realizada la transacción, cuando la ganancia ya había sido derrochada en guaro, bajo un nuevo aspecto, bastante repuesta, menos pálida, un poco más entrada en carnes, aseada, mejor aperada, mejor comida, hasta sonriente, con otro nombre, con otro dueño, hacia otro destino, la mercancía salía por el Aeropuerto.


Alberto R. Aburto Jarquín
Marzo, 2001